jueves, 7 de agosto de 2014

LOS LARGOMETRAJES DE ANTON CORBIJN



UN NUEVO DIRECTOR DE GRANDES LIGAS



LOS LARGOMETRAJES DE ANTON CORBIJN



Con tres largometrajes en su carrera –uno de ellos, El hombre más buscado (A Most Wanted Man, 2014), todavía por estrenarse–, Anton Corbijn ha creado una obra que aunque no la hemos visto la critica la denomina como casi magistral, pero consistente en sus temas y su belleza fotográfica. Las cintas de Corbijn son una efectiva amalgama de contemplación y dramatismo, que se observa con mayor claridad en su manera de editar. La expectativa más recurrente al rededor de un fotógrafo convertido en cineasta es hacer perceptible el tiempo, pero Corbijn aprendió de su experiencia dirigiendo vídeos musicales que la estática captura el tiempo no el ritmo. Las tomas largas permiten explorar la imagen; las cortas, discernir sobre su ritmo y el espacio. La edición y el movimiento de la cámara generan una tridimensionalidad que la fotografía nos niega pero que Corbijn asume como parte esencial de la creación cinematográfica. Sin movimiento no hay cine.








En su segundo largometraje, El ocaso de un asesino (The American, 2010), Corbijn utiliza una estética más quieta en las primeras imágenes, que reflejan la calma de su protagonista, Jack (George Clooney), y conforme se enturbia la historia, se hacen más inestables. En esta cinta, Corbijn ocupa mayor subjetividad visual en comparación de Control (2007), donde la expresión del interior de Ian Curtis recae en la narración y la actuación de Sam Riley. Por supuesto, el blanco y negro es una elección que responde a la naturaleza introspectiva de un joven solitario y destructivo, pero también a una preferencia personal. A lo largo de su carrera como fotógrafo de U2 y Depeche Mode, Anton Corbijn le dio una estricta preferencia al blanco y negro. Desde estos trabajos se percibe una fascinación por la distancia, la fragmentación del objetivo y la sombra. La única sorpresa al respecto de Control fue su éxito a pesar de la corrosiva imagen de un Ian Curtis, muy lejos de complacer a los fans.







La historia del cantante de Joy Division se presta al estilo de Corbijn porque el carácter de Ian exige el abrigo de la oscuridad, que resalta sus escasas sonrisas donde los demás personajes se ven consumidos. Ian, como lo muestra Corbijn, se condena a sí mismo a la muerte, y a sus seres queridos a la pérdida, de manera similar a Jack, en El ocaso de un asesino (The American, 2010). La distinción entre ambos radica en la voluntad de vivir, disipada en Ian, y rechazada en Jack. Son parásitos melancólicos en busca del cambio, pero perseguidos por la inevitable consecuencia. Ian reflexiona en sus canciones sobre el temor y la desesperación, y en la última carta a su amante, Annik (Alexandra Maria Lara), lamenta la imposibilidad de olvidar errores de cuatro o cinco años antes, cuando se casó siendo todavía un adolescente, pues su familia se manifiesta a diario como una evidencia ineludible de su costosa elección.








Después de que Jack, en El ocaso de un asesino (The American, 2010), tiene que matar a la mujer con quien vive en una cabaña, Pavel (Johan Leysen) le advierte: “No hagas amigos, Jack, solías saber eso”. El pasado, en el cine de Corbijn. En el abandono y la pérdida, Corbijn encuentra la disolución de la vida. La muerte es una ausencia y una huida. ¿Hacia qué? Corbijn no se lo pregunta; su interés se concentra en el mundo material, donde la soledad es una tortura constante que se rompe junto con la existencia. La vida, sin embargo, no es en sí horrible. Es la experiencia de hombres que han elegido mal lo que ahuyenta a una simbólica mariposa o complica una separación. Corbijn no pretende asustarnos de la vida; él nos advierte de la consecuencia y el significado de los actos, que por más que un hombre insista en aislar de los demás, siempre repercuten como balas perdidas.








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